Pauline redacta un manual del Rosario Viviente, dando indicaciones precisas:
«Lo primero que hay que hacer es elegir buenos seguidores. Elegiremos, entre los más fervientes, a los asesores. No hay nada de malo en admitir hombres a las quincenas comunes, quizás sea la única forma de hacerlos practicar esta hermosa y antigua devoción hoy casi completamente abandonada por ellos.
1) Se debe tener cuidado de que la quincena esté siempre completa, ya sea por el número o por la precisión de la recitación de los diez.;
2) Cambiar los misterios todos los meses, mediante el sorteo; basta con que estén tres unidos, el seguidor y al menos dos de sus ayudantes;
3) El cuidado del entusiasta debe extenderse a explicar a sus asociados sin conocimiento los misterios que les suceden y cómo recitar las decenas mientras medita sobre estos misterios de acuerdo con su alcance.
Para asegurar mejor la unidad de los asociados del Rosario Viviente, Pauline tiene la buena idea de «unir cada diez por medio de una tarjeta que determina visiblemente la distribución y rotación de su oración común» (Pauline Jaricot, Le Rosaire vivant, op. cit., p. 25). El primer dibujo de Pauline iba a ser perfeccionado, impreso y distribuido como un signo de unión a los cuatro rincones del mundo. El Entusiasta responsable de la quincena, recibió una cartulina en la que se representa a Nuestra Señora del Rosario, a su alrededor se dibuja una corona destinada a recibir los nombres de sus catorce asociados y el suyo propio. Así, los quince pétalos de rosa que rodean la imagen de la Virgen reciben las firmas de cada asociado.
Para Pauline, la oración debe estar en el centro de las preocupaciones de los Asociados del Rosario Viviente. «La oración es un motor poderoso que esparce su fuerza de un extremo al otro del mundo; buscará en el corazón de Dios, incluso en el trono de su omnipotencia, las gracias de vida y salvación para todos… La oración es el reino de Dios dentro de nosotros; se extiende a todos, en el cielo, en la tierra, en el purgatorio; encadena a los demonios; ella triunfa sobre la justicia de Dios que no puede negarle las maravillas de su misericordia» (Pauline Jaricot, Le Rosaire vivant, op. cit., p. 35).
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